Los británicos, tras derrotar al ejército francés en la Batalla de Waterloo, destierran a Napoleón a la isla de Santa Helena, en el Atlántico Sur.
Esta decisión, tomada por las potencias victoriosas, tenía como objetivo impedir que Napoleón regresara al poder y amenazara nuevamente la paz en Europa.
Tras su abdicación por segunda vez como emperador de Francia, Napoleón se había entregado a los británicos, quienes inicialmente lo confinaron en la isla de Elba.
Sin embargo, en febrero de 1815, Napoleón escapó de Elba y regresó a Francia, donde retomó el poder durante un breve período conocido como los «Cien Días».
Este retorno culminó con la desastrosa derrota en la Batalla de Waterloo, sellando definitivamente el destino de Napoleón.
El exilio a Santa Helena, una isla volcánica árida y aislada ubicada a miles de kilómetros de las costas europeas, representó una dura realidad para Napoleón. Privado de su poder y gloria militar, pasó sus últimos años en esta remota isla, dedicado a escribir sus memorias y reflexionando sobre su vida.
La muerte de Napoleón en Santa Helena el 5 de mayo de 1821, a la edad de 51 años, puso fin a una de las figuras más influyentes y controvertidas de la historia europea. Su legado sigue siendo objeto de debate y análisis, pero no cabe duda de que su impacto en el curso de la historia fue profundo y duradero.
El destierro de Napoleón a Santa Helena simboliza la caída de un imperio y el triunfo de las fuerzas aliadas.
Sin embargo, también representa la complejidad de la figura de Napoleón, un hombre que alcanzó la cima del poder y luego experimentó una humillante caída en desgracia.
